Testimonio de Sesiones Online
de Terapia Ética Cuántica Psico-Bio-Emocional
Mayra De Santis www.mayradesantis.com
“Silvana, realmente siento que te estoy estafando”, le dije. Era sincera: después de sólo dos sesiones de las cuatro que consta su método, mi vida había cambiado radicalmente. Aunque quizás “radicalmente” no exprese con claridad la cantidad de cambios que había implementado, el grado de crecimiento que había alcanzado y, especialmente, de la claridad con que ahora veía las cosas y encaraba la realidad –mi realidad-, un verdadero responsabilizarse.
Hacerse responsable, protagonista, presente.
Decir presente, o repetir una frase por demás repetida desde el advenimiento de la New Age, “aquí y ahora”, dista mucho de la verdadera presencia en el presente. Esto, que parece un juego de palabras, no lo es en verdad.
Vivimos (me animo al plural amparada en la observación cotidiana, es bueno admitirlo, como para empezar a tomar el control…) en una permanente escisión entre la vida que nos rodea y la vida que vivimos. La brecha es sutil y, al mismo tiempo, enorme. Es un colchón de aire que nos separa de la verdadera conciencia y nos mantiene a salvo de ella, pero en una especie de anestesia, de cómoda resignación y sorda desesperación tan cotidiana –y tan común- que se nos hace cosa de todos los días y terminamos creyéndolo “correcto”.
Muchas cosas se agolpaban en mi garganta, en mi espalda, en mis músculos, en mis nervios. La somatización en pinta. Pero no estaba dispuesta a permitirme ni siquiera enfermarme, bajar la autoexigencia o pedir ayuda.
Siempre fui una persona resiliente, esa es, creo, una de mis mayores virtudes. Sin embrago, el bulto de emociones que había acumulado era enorme y ya dejaba de ser manejable en ninguna medida.
Oriunda de Buenos Aires, en el año 2003 dejé trabajo, alquiler y el plan mínimamente trazado para irme a vivir a la provincia de Córdoba. Cambié de vida, de conceptos, de modalidades, de pareja, de ritmo.
Fui madre, me separé, me volví a juntar, me volví a separar. Tuve tres hijos, amamanté 10, despedí a uno….
Y volví al barrio, diez años más tarde, con toda esa experiencia como único capital, con dos hijos pequeños, sola, sin trabajo y sin planes concretos.
Pensaba arrancar –una vez más-desde cero, probablemente en las sierras. Volví sólo a visitar, pero mi papá me convenció de que me quedara. No me gustaba la idea, pero por lo menos conocía el terreno.
Levantar todo de la nada puede resultar extraño o atemorizante[/piopialo] para cualquier persona, pero yo ya lo había hecho tantas veces que estaba pasando a formar parte de un ciclo que se estaba repitiendo ya demasiadas veces. Claro que el saldo de estrés, malestar, sentimiento de frustración también se iban acumulando.
Dos años y medio más tarde, vivía ya en un mini departamentito (no sé si queda claro el tamaño) en el fondo de la casa de los viejos, con los que la convivencia diaria había sacado a flote cada resquemor presente y pasado real o imaginario; trabajaba de 7 a 19, con lo que compartía sólo tres horas con mis hijos, intentaba estudiar, sostener una relación por demás conflictiva y enfrentar cada noche los fantasmas que, sin siquiera considerar mis reparos, me halaban de culpas, de fracasos y de frustración. Estaba empujando una roca gigante pendiente arriba y cada vez tenía menos fuerza.
La relación con mis hijos era todo lo conflictiva que puede ser una relación en la que el amor más incondicional de que se es capaz se siente hacia las mismas personas con las que uno menos se entiende. Tironeos cotidianos. Más culpa, más auto reproches….
El tema amoroso era una papa caliente. Me hace bien estar enamorada, y, como contrapartida, me empobrece notablemente de espíritu cuando sufro por amor.
Pero, como dicen, no es el amor lo que se equivoca, sino el objeto de amor. Y el objeto de amor, lógicamente, se elige acorde con cuánto amor nos profesamos a nosotros mismos.
En esa lógica hacía agua: inteligencia me sobraba para resolver muchísimas cuestiones, me lo tenía bien demostrado. Pero en el plano sentimental repetía una y otra vez un molde del que cambiaban los nombres y las caras, pero que mantenía la misma receta: maltrato, desvalorización, violencia, culpabilidad, desprecio.
No es difícil adivinar que ese era un mero reflejo del trato que me daba a mí misma. Sin embrago, el espacio que existía entre mi entendimiento y mis emociones me resultaba insalvable. Al punto tal que yo misma escuchaba mi relato de la situación y pensaba en mi fuero interno: “esto mismo me lo cuenta una amiga y le digo que termine YA esa relación!”
Los sueños que venía acariciando desde que me inicié en la maternidad y que incluían la desescolarización de mis hijos para educarlos en el hogar estaban detrás de un espejo más turbio que el de Alicia.
Para completar el panorama, yo misma me había fabricado una bruma con tres ingredientes perniciosos y me estaba ahogando en ellos: espera, justificación, culpa afuera.
Así, sería feliz cuando terminara con ese trabajo que no me permitía desarrollo, no podía terminar la relación enfermiza de la que participaba porque ahora él estaba enfermo y no era momento de dejarlo y claro, no podía estar plena en el rol maternal porque ni el padre de los niños participaba ni los abuelos dejaban de opinar con esos criterios tan arcaicos……
Como toda ola, hay un punto de ruptura en donde la onda se transforma en espuma. Es el momento de surfearla o ahogarse.
Eran las 12 de la noche del primero de julio y decidí sacar la mano de la manta, buscar el celular y mandar un mensaje.
Hola. Debés estar durmiendo ahora, pero te dejo este mensaje; he leído tu post sobre cuántica y quiero consultarte sobre las sesiones…
Estaba realmente desesperada. En ese momento sentí que era la última carta que me quedaba.
Terminé de escribir y apagué todas las luces.
En esa oscuridad y silencio en que los fantasmas levantan la voz acallada durante las actividades cotidianas, me volví a enfrascar en la duda.
Pero esta vez se hizo la luz.
No sólo no dormía –a veces pienso que nunca duerme-, sino que me respondió inmediatamente, con una calidez y una dulzura que después reconocí como su marca distintiva. Y mucho humor.
En pocos días nos comunicamos muchas veces, acordamos las sesiones on line que, por ser solamente 4, prometían no transformarse en un dudoso bastón de dependencia que me habían significado otras terapias anteriores y así fue que saqué, el un solo paso, la piedra que trababa el flujo de agua. Y todo se transformó.
Silvana Gonella es una maga. Y no sólo opera la magia, sino que la brinda con una sencillez que asombra. Acordamos el pago de las 4 sesiones que nunca tenían al reloj como marcador y sí las claves que yo estaba necesitando.
No sólo me VI, así, en mayúsculas, sino que me saqué la niebla de delante de mis ojos. Identificar las causas, redefinir los efectos, aprender las herramientas con que curar las dolencias físicas y emocionales de toda la familia, tomar las riendas, respirar el momento. Tomar conciencia cabal de mi verdadera responsabilidad en las decisiones de la vida.
Comprendí el decir de mi querido Amado Nervo: “que yo fui el arquitecto de mi propio destino/y que si extraje hiel o miel de las cosas/ fue porque en ellas puse hiel, o mieles sabrosas/ cuando planté rosales, coseché siempre rosas…”
Silvana me tomó de la mano y me puso en camino
Después de dos sesiones sentí que la estaba estafando. Después de las cuatro sesiones, tenía una relación verdaderamente nueva con mis hijos, había terminado el noviazgo asfixiante que describiera, tenía página web con mi nombre, había vuelto a entrenar y me reencontraba con mi cuerpo después de veinte años, estaba redefiniendo mi vocación, sanando los lazos familiares.
Estaba generando en lugar de sufriendo. Y tenía una amiga incondicional, una persona brillante, verdadera, una sobrina postiza –porque también me abrió las puertas de su casa y me recibió en su hogar junto con mis hijos- y yo volvía a creer en mí.
Por supuesto, tratarme a mí misma con amor y aceptación se reflejó INMEDIATAMENTE en una relación amorosa llena de respeto, de humor, de compañerismo. La relación que siempre había imaginado es, por fin, real.
Una sesión de cuántica es oro en polvo: no sólo aprendo a definir lo que realmente deseo para mi vida: aprendo a plasmarlo y a sostenerlo. A crear las condiciones perfectas para que florezca lo que yo he elegido sembrar. Y ahora. En el verdadero aquí y ahora que hace que, de repente, como si lo acabara de descubrir, sienta el sabor del instante. Con el gusto, con el tacto, con el entendimiento, con las emociones, con todas las células.
Vivir como si recién empezara. Ver el sol como quien sale de un largo encierro y lo aprecia en toda su totalidad. Y llevar en la palma de la mano el impulso que es al mismo tiempo la llave y el mapa de lo más real e impalpable, lo más mencionado y lo menos descripto. Y que es, no sólo el norte de la vida, sino sencillamente, la misión que hemos traído. La FELICIDAD. No hay nada más importante. No hay nada que te vaya a dar más satisfacción en el momento de pasar el puente que saberse verdaderamente realizado en la misión de ser feliz. No hay nada más grande. Ni más urgente.
¿Estás dispuesto a pagar el precio por tu bienestar y salud, la realización de tu SER, la libertad emocional y la felicidad plena en tu vida cotidiana?
Creo que lo poco que esbocé en estas palabras habla de la experiencia que tengo en las cosas superficiales y profundas de la vida: tener que construir otra vez la casa….despedir un hijo…salir a correr cada mañana. Ver todo eso y saborearlo vino de la mano de Silvana Gonella y de la cuántica.
No sólo recomiendo sus sesiones, sus libros, su persona. Los agradezco como un verdadero regalo.
Y en esas aguas nado cada día, y desde ellas les deseo la verdad: “viniste a ser feliz: no te distraigas”.
Mayra De Santis www.mayradesantis.com
El diseño web con hosting dedicado, llave en mano es otro de mis emprendimientos